Las derechas y su inconsistente visión de “chilenidad”

Teófilo Briceño. Centro de Estudios Francisco Bilbao.

La derecha, o las derechas, dicen defender a Chile de las amenazas de aquellos que quieren destruir nuestra identidad nacional, y para ello hacen frente común con los que comandan las Fuerzas Armadas, una especie de burocracia militar adicta y claramente integrante de la élite de poder.

El símbolo común es la bandera y los emblemas patrios. Las efemérides y el culto a la cueca. Y prueba de ello es el uso masivo de estos símbolos en las actividades realizadas por la campaña del rechazo en el reciente plebiscito por una nueva constitución.

El sustrato teórico de estas ideas es la construcción centenaria de una “identidad nacional”, basada en los dictados de la oligarquía criolla, idea cultivada a lo largo de nuestra historia como país junto a una camada de burócratas, tanto políticos como académicos, y con un referente indiscutido, Diego Portales.

Desde esta versión de la identidad chilena somos, sin duda, un país patriarcal construido en base a guerras.  Nuestro orgullo nacional se constituye por nuestras victorias, o incluso por nuestras derrotas heroicas (Arturo Prat o Luis Cruz Martínez, por ejemplo).

Y dos ideas básicas hay en esto; nuestra diferencia radical con los pueblos de la región, y la superioridad moral e intelectual de las clases dirigentes (una variación más reciente son los expertos, que resultan en la práctica burócratas adictos al sistema).

Estas ideas, en retirada, siguen en el subconsciente de los habitantes de Chile, especialmente de la llamada mayoría silenciosa, que no vota tradicionalmente o que, cuando lo hace, es dócilmente acarreada o estimulada por el manejo tecnológico de la elite en base a la neurociencia con su versión de neuro-publicidad.

Se trata, en palabras más sencillas, de un remplazo eficiente del papel y la influencia que otrora jugara la iglesia católica, y que de modo potente siguen cumpliendo en la actualidad las iglesias protestantes, específicamente, las evangélicas.

Un factor clave es el miedo al cambio que está en cada uno de nosotros, el temor a la diferencia y a las transformaciones. Parte importante de los seres humanos prefieren lo conocido a lo desconocido, aunque lo conocido sea tan injusto como lo es hoy.

“Más vale malo conocido que bueno por conocer”, reza el refrán. Y después de todo estamos sobreviviendo, piensan muchos. Y esta necesidad de la seguridad, afortunadamente, convive con la curiosidad y también con la necesidad de cambio.

La oligarquía impuso su visión por la fuerza hace casi 200 años. Guerras civiles de por medio, claro está, pero luego esos triunfos fueron ideológicamente impuestos a todos, esas ideas se convirtieron en un sentido común, que como todo en la vida no es inmutable, pero tiene una esencia conservadora difícil de cambiar.

Ese sentido común convive con otros sentidos comunes o influencias al interior de cada uno de nosotros, y socialmente. Somos contradictorios por esencia, y son las circunstancias concretas las que nos van formateando en cada momento, teniendo como base lo que hemos sido y las vivencias concretas para sobrevivir. Es algo dialectico y eminentemente político.

Pero hasta el otrora indiscutido peso ideológico portaliano se debilita. Es que la misma oligarquía sembró el neoliberalismo que sentó las bases del cambio en nuestras mentalidades. Hay que tener claro que la esencia de la oligarquía y de la burguesía finalmente, son los negocios, y que para ello están dispuestos a todo, hasta para cambiar lo que les daba seguridad como clase social. Todo lo solido se desvanece en el aire diría el manifiesto comunista en 1848.

Las derechas, en cualquiera de sus formas, así como los nuevos sectores ideológicos de carácter seudo socialdemócrata, a lo largo de tiempo, y que son las expresiones de la burguesía o capas de ella y de nuevos fenómenos como la clase burocrática (1), sembraron su propia destrucción en el largo tiempo.

El liberalismo extremo (individualismo extremo) ha puesto en cuestión las tradiciones que han sido remplazadas por la adicción al consumo hedonista, y que, en palabras de un defensor del sistema, Carlos Peña, no se trata de la satisfacción de las necesidades, sino del estatus y de la identidad social.

Estamos en esos periodos en que las derechas requieren defender su obra, en este caso el neoliberalismo, apelando a tradiciones antiguas de la república portaliana, sin embargo, en ello tienen relativo éxito. Paradójicamente, se impulsa todo aquello que pone en cuestión el tipo de relaciones sociales que ellos mismos impusieron hace 200 años.

Dicen defender a Chile, su identidad, sus tradiciones, o su alma nacional, pero favoreciendo el saqueo de Chile y entregando aún más la soberanía nacional con la firma del TPP11.

Defienden la familia, impulsando al neoliberalismo que la destruye. Defienden las tradiciones e impulsan lo desechable.  El sinsentido de la UDI, conservador en lo valórico, liberal en lo económico, resulta sólo por un breve tiempo.

Miguel Ángel Vergara, otrora comandante en jefe de la Armada, vocero de esa institución desde el “mundo civil”, en una breve carta a La Segunda, dice que el progresismo ha destruido la familia, obviando todo el papel concreto del modelo económico neoliberal que defiende, impulsa y reivindica. (2). Dicen defender la vida y la familia, pero destruyéndola inevitablemente con el modelo económico actual.

Las fuerzas armadas dicen defender la soberanía, pero cada vez son más mercenarias. Quieren honestidad y superioridad moral, pero cada vez hay más corrupción en los altos mandos. Defienden la patria, mas vendiéndola y prostituyéndola.

El verdadero patriotismo es aquel que defiende la soberanía nacional, y como diría el general Carlos Prat González, asesinado junto a su esposa Sofía Cuthbert, por la dictadura el 30 de septiembre de 1974, en la ciudad de Buenos Aires, sin soberanía económica no hay soberanía nacional.

Hace falta que la chilenidad popular se acreciente y dé a luz un proyecto revolucionario, una opción de cambio radical, no socialdemócrata, un proyecto que tenga a la patria al centro, y patria como sinónimo de soberanía nacional y popular, vinculada estrechamente al devenir de nuestros hermanos y hermanas latinoamericanas.

Y esta no es una tarea menor, sino urgente, necesaria, pues el vacío, puede ser llenado por la ultraderecha fascistoide. Antonio Gramsci lo advertía: “El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”.

(1) Pérez Soto, Carlos – Para una crítica del poder burocrático. 2008, LOM- ARCIS

(2) Carta de M. A. Vergara a La Segunda 12/09/22: “Señor director: Ante los nuevos desmanes de los estudiantes, se han escuchado voces clamando por un mayor control de los padres de esos adolescentes.  Se olvidan de que el progresismo que ellos mismos han promovido en aras de la libertad individual, ha contribuido a la desintegración de la familia tradicional, con el consiguiente relajamiento de la autoridad de los padres. Miguel A. Vergara Villalobos “

 

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