La fiesta de los muertos

. Por Yvaín Eltit, presidente Sociedad de Folclor Chileno (diarios regionales)
Cada 31 de octubre nos sometemos a festividades occidentales carentes de las creencias y prácticas funerarias de nuestros pueblos originarios. Para los ancestros este proceso natural del paso de un estado bajo ninguna circunstancia implicaba un fin. En el norte chileno, en los atacameños quien dirige las ceremonias fúnebres es el “yatiri”, el cual actúa como el chamán de la comunidad.
Este ritual se asocia a “muckar” (en voz atacameña es muerte), dividiéndose en cuatro fases, primero al fallecido se le canta y ora por un día y una noche entera, se suelen incluir invocaciones a deidades como Pachamama (Madre Tierra), Inti (Sol) y Pujillay (Dios de la alegría), todas residentes del sagrado volcán Licancabur (en voz atacameña montaña del pueblo); aquella primera fase se conoce como “cóflar”.
Posteriormente al féretro se le cambia la faja característica que utilizó en vida por una mortuoria, envolviéndole con un chal y un poncho, ambos en lana de llama de colores verde, azul, rojo y amarillo, lo que permitía hacer diseños en los tejidos. El mismo día se lavan las vestimentas que pertenecieron al difunto, mientras el yatiri purifica las energías de la familia. Al cabo de un año se realizaba la despedida final del muerto.
Más hacia el valle central una serie de tribus bajo la denominación “araucanos”, compartían un ente superior, el “pillán” (en voz mapuche es un espíritu poderoso, puede ser un antepasado). Si seguimos la imposición católica, colonialista e hispánica, el intelectual Tomás Guevara Silva (1855-1935) nos señala: “pillán dueño de los hombres y director de los fenómenos terrestres, se operó una trasmutación de nombres y de atribuciones. La noción nueva se impuso siguiendo el camino de otra, cuya existencia era secular”. Siempre se busca mantener al Pillán tranquilo, por ello sus funerales son sumamente importantes.
Este ritual se conoce como “Amulpúllún” (en voz mapuche se compone por Amuly, que es hacer andar o hacer partir; y púllin que significa ánima, mente inmortal). No es muy conocido, pero se trata de que cuatro individuos se colocan frente a frente, dos a los pies y dos a la cabeza del huampo-férreo (ataúd). Se pronuncian locuciones al mismo tiempo, pero no al unísono, simultáneamente se intercambian botellas de vino o comestibles. El resto de los asistentes forman un círculo compacto alrededor tocando instrumentos musicales como trompeta, trutruca, lolquín y violín araucano, el resto de los espectadores montan a caballo simulando una trilla con más versatilidad al entorno.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *