por Miguel Silva ( Revista De Frente)
Uno de los recientes estrenos de Netflix, “No mires arriba”, tiene todos los ingredientes para de haberse estrenado en cines haber sido un éxito de taquilla. Un elenco de actrices y actores impresionante —Meryl Streep, Jennifer Lawrence o Leonardo DiCaprio— en una peli de catástrofes, pero también de humor; un entretenimiento de sobremesa para estas fiestas navideñas…
Pero la película va más allá de ser un mero producto de entretenimiento que, aunque un poco larga, dos horas y media, lo es. Es una crítica al sistema capitalista en su conjunto, ya sea en su vertiente político-institucional (el gobierno de la principal superpotencia), en los medios de comunicación de masas, en los grandes empresarios o en el papel de la ciencia bajo el presente sistema.
Como suele pasar en las películas en las que alguno de los protagonistas es un científico, se caracteriza al mismo como alguien con pocas habilidades sociales, entregado a su profesión… en este caso el papel de DiCaprio. Jennifer Lawrence presenta un perfil más mundano, con la rebeldía que en muchos casos presenta una juventud desencantada con su presente y la falta de futuro. La ciencia, aunque los mismos científicos de la película —en este caso astrónomos— y mucha gente de ciencia bienintencionada en la vida real se empeñe, no está fuera de las dinámicas del sistema, y de hecho es utilizada por el mismo para defender sus intereses.
El papel de Streep y su gabinete se circunscribe a la derecha populista, la alt-right que ha llegado al poder en Estados Unidos o Brasil (y casi, casi en Chile). Esa misma ultraderecha que, como se ve en la película, cuando se dirigen a sus seguidores, dice representar a la clase obrera y a los ricos “molones”. Formaciones políticas y líderes que como los de Kast, pertenecen y defienden los intereses de la clase dominante, la de los grandes empresarios, más allá de tomar tal o cual decisión para conseguir más votos y perpetuarse en el poder. El hecho de que sea una presidenta de ultraderecha también desmitifica el supuesto feminismo de las élites; la liberación de las mujeres no ha llegado porque mujeres como Merkel o en su momento Thatcher llegarán al poder.
El papel del magnate no puede ser más acertado. Tras muchos años lavando la cara de gente como Zuckerberg, Gates o en los últimos tiempos de Elon Musk, el emprendedor de las nuevas tecnologías aparece como alguien que busca el beneficio bajo ropajes —según él— de un beneficio para la humanidad. La película refleja muy bien que la sociedad está atravesada por intereses contrapuestos, en la cual no existe un interés “general” para todas las personas, sino que los beneficios de nuestros Piñeras y Kast no son los beneficios de las mujeres del aseo, las profesoras o los estibadores.
El papel de las redes sociales y los grandes medios de comunicación también juegan un papel clave para el mantenimiento de la hegemonía del sistema. El movimiento que niega la existencia del cometa es una copia calcada de los movimientos negacionistas climáticos y antivacunas que muchos países están sufriendo en la actual pandemia, azuzados por este cuarto poder en forma de espectáculo para generar beneficios.
El sabor que deja la película es muy amargo. La inmensa mayoría de la gente sabe que el sistema no funciona, que los ricos no son gente que se ha ganado su riqueza matándose a trabajar y sí robando a la mayoría y que los políticos del establishment no nos representan. Sin embargo, no ve tan claro que haya una salida favorable para los y las de abajo; es común que en la cultura popular —películas y series, sobre todo— se vea como más probable el fin del mundo que el fin del capitalismo.
A 30 años de la caída de la URSS —en la que mucha gente tenía ilusiones, pensando que era una alternativa al capitalismo, cuando realmente era solo otra variante del mismo sistema— parece que no hay esperanza. Las experiencias de la izquierda alternativa en Latinoamérica y sobre todo en Europa —con Syriza o Unidas Podemos— han desencantado a millones de personas.
Pero las contradicciones del capitalismo se siguen agudizando. Los bajos salarios, la subida de la tarifas de la luz y el pan, o el agravamiento de la crisis climática seguirán espoleando a millones de personas. Como revolucionarios y revolucionarias, tenemos que seguir haciendo nuestra la frase de Gramsci… pesimismo de la razón, pero optimismo de la voluntad. La partida esta lejos de estar perdida.