Codigorojo. 26 febrero 2024.
Importante entrevista del portal Tercera Dosis, que encabeza Alejandra Matus, a Michelle Bonner, doctora en Ciencia Política.
Codigorojo publica esta entrevista de noviembre del 2023.
Michelle Bonner, doctora en Ciencia Política
“La capacidad comunicacional de Carabineros hace difícil empujar reformas estructurales en la policía”
POR ALEJANDRA LUNEKE Y JUAN ANDRÉS GUZMÁN. 07/11/2023
La especialista explica cómo la policía moldea los discursos de los medios de comunicación y cómo ambos ayudan a que las políticas de mano dura se mantengan vigentes, aunque no funcionen. También sugiere mirar con distancia las encuestas sobre seguridad porque si los medios siempre están hablando de crímenes “la gente que los está siguiendo, va a tender a responder lo que aprendieron de ellos”.
Las políticas punitivas no funcionan, hay casi un completo consenso académico al respecto. Pero si es así, ¿por qué la promesa de mano dura es tan efectiva para ganar las elecciones? Esta segunda entrevista de la serie Democracias Violentas se enfoca en los medios de comunicación y la policía, dos actores que, buscando su propio interés, terminan empujando o al menos allanando el camino a políticas en gran medida inútiles.
Michelle Bonner es cientista política de la Universidad de Victoria en Canadá. Se ha especializado en la tensión que existe entre la policía y la democracia, estudiando a fondo los casos chileno y argentino. Sus hallazgos están en una serie de papers y en el libro Tough on Crime. The Rise of Punitive Populism in Latin America (Mano dura contra el crimen: El auge del populismo punitivo en América Latina). El argumento de Bonner es, en esencia, que los medios se enfocan en las noticias de crímenes porque han encontrado una forma barata de producir estas historias dramáticas que atraen a grandes audiencias. Estas notas suelen construirse con solo dos fuentes: la víctima y la policía, que genera casi toda la información. Esto permite a un periodista producir varias notas al día o, mejor aún, acceder a material visual como videos de delitos captados por cámaras de seguridad, que generan minutos de programación con alto rating y a costo cero.
Por supuesto, como decía Milton Firedman, “no hay tal cosa como un almuerzo gratis”. Esta forma de producir hace que los medios sean altamente dependientes de la policía, reduciendo su libertad de examinar críticamente el trabajo de ésta. Aún más grave es que ese eficiente modelo de producción convence a los y las ciudadanas de que el delito que llena los noticiarios y las portadas de los diarios es el tema central de la sociedad, cuando en realidad se trata del tipo de notas que son fáciles de producir para los medios. Así se produce la paradoja de que el ciudadano termina apoyando políticas de mano dura para cambiar lo que en una parte importante es un problema de la programación que le ofrece la tele.
Respecto de las acciones de las policías que terminan impulsando políticas punitivas, Bonner destaca el rol que juega el departamento de comunicaciones de Carabineros. Esa unidad se comenzó a expandir a mediados de los 80s para cambiar la horrible imagen que tenían tras el crimen de los Degollados (1). Cuando Bonner hizo su investigación (en 2015), trabajaban ahí 60 personas produciendo material audiovisual y escrito que luego ofrecían a los periodistas. Muchos medios usaban – y usan- esa información procesada, para abaratar sus costos. Esas piezas de relaciones públicas están pensadas para transmitir lo importante que es la policía para el control del delito y les permiten conseguir más recursos y resistir a intentos de reforma.
A los periodistas y policías, que Bonner presenta como impulsores no voluntarios del punitivismo, es necesario sumar un actor que, sin ambages, empuja estas medidas: el político pro mano dura. Benjamin Lessing lo describió en la entrevista anterior de esta serie. La promesa de políticas punitivas, dijo Lessing, le da a este político un método sencillo para ganar elecciones. Y cuando empieza a ser claro que esas medidas no funcionan, el político dice ‘tenemos que luchar más’ e impulsa nuevos niveles de mano dura (Ver entrevista a Lessing aquí).
Bonner destaca que estas estrategias comunicacionales, que permiten a los medios ganar audiencias y a las policías esquivar las reformas, tienen el pernicioso efecto de dejar fuera del debate público políticas que sí funcionan; y de ocultar a actores muy importantes para prevenir el crimen, como profesores, personal de salud o asistentes sociales. En esta entrevista Bonner sugiere una serie de buenas prácticas para periodistas que quieran reportear bien los delitos; también plantea preguntas sobre cómo regular el poder comunicacional de la policía, que es uno de los fundamentos del poder que ejerce hoy sobre la democracia.
– ¿Qué te llevó a considerar que la prensa era un problema en las políticas de control del delito?
-Empecé a ver este tema estudiando los problemas que tenía Argentina para reformar a la policía en una dirección que la hiciera más eficiente contra el crimen y a la vez redujera la violencia policial. A fines de los 90, había mucho apoyo para ese tipo de reforma, pero de todos modos era difícil hacerla. Hablando con mucha gente de la sociedad civil, del gobierno y de la misma policía, emergió el problema de los medios de comunicación. Recuerdo que una persona que había tenido un rol muy importante en una reforma me dijo que lo que habían avanzado en control de la violencia policial fue deshecho por el gobierno siguiente, fundamentalmente porque los medios de comunicación habían criticado esa política. Por otra parte, estaba el problema de que el punitivismo penal era popular entre el público pero también en los medios. Entonces era muy difícil hacer que las personas entendieran que una reforma policial podía reducir tanto el crimen como el abuso policial. Así me di cuenta de que antes de hablar de reforma había que entender cómo se puede hacer esa reforma y llegué al problema de la prensa y su apoyo a las medidas punitivas.
– ¿Por qué los medios tienden a empujar esas medidas punitivas?
-Lo que encontré en mi investigación es que ese apoyo está asociado con una manera en la que los medios de comunicación están regulados en la sociedad y organizados económicamente. En democracia hay distintas formas en que los medios pueden operar: a veces los gobiernos dan incentivos para que haya más competencia por hacer un periodismo de investigación que vigile al poder, por ejemplo. Pero cuando tienes mayoritariamente medios privados compitiendo en un sistema de mercado, lo que mueve a estas organizaciones es la ganancia económica. Y lo que pasa entonces es que los medios tienden a bajar sus costos y a tener periodistas haciendo más noticias con menos dinero. En esas circunstancias no hay recursos para investigaciones que fiscalicen al poder; la tarea que importa es producir más noticias en menos tiempo y hacer noticias que traigan audiencias grandes. Y para ese objetivo los delitos son muy buenos. Es barato hacer esas historias porque basta con ir a la policía: siempre hay crímenes que contar. Y son noticias perfectas para atraer mucha audiencia porque son dramáticas. Entonces lo que explica este alineamiento de los medios con el punitivismo no es necesariamente un cambio ideológico de parte del periodista, es más un cambio de práctica: tengo menos tiempo, tengo que hacer noticias que van a atraer a audiencias grandes y los crímenes ayudan con eso. Cuando investigué el caso chileno hablé con muchos periodistas que empezaban su día de trabajo en el centro de comunicaciones de Carabineros. A partir de la oferta policial, escogían el crimen del día y se iban al terreno a hablar con las víctimas para añadir el lado emocional. Entonces sus piezas tenían dos fuentes: el policía y la víctima. Esto permite construir noticias muy rápido y hacer varias de ellas al día.
Lo que no me queda claro es por qué esa forma de contar los crímenes tiende a promover un tipo de solución punitiva.
-Hay varios aspectos en esto. Lo primero es que como este mecanismo permite hacer muchas noticias sobre crímenes, esa cantidad de información hace que la gente crea que los delitos son el tema más importante que tienen que resolver las políticas públicas. Y esa idea se refuerza porque muchas veces estos casos se difunden al inicio del noticiario de televisión o en la tapa del diario. Eso es lo que se llama agenda setting: la capacidad que tienen los medios de determinar qué asuntos son interesantes y por lo tanto de modelar la conversación pública. Por otro lado, influye mucho también el encuadre que se le da a la noticia. Si el periodista usara otras fuentes, como criminólogos, su nota podría mostrar que también hay otros actores muy importantes en el control del delito, como profesores de escuela, trabajadores sociales, personal de salud mental. Hay mucha gente que puede ayudar a bajar la criminalidad, no solamente la policía. Pero si la fuente siempre es la policía, su artículo va a tender a transmitir los problemas que ellos tienen para detener el delito y dar la idea de que se necesitan más policías o más recursos para ellos. Esa idea, además, se alinea bien con el relato de las víctimas. A ellas les ha pasado algo malo y evidentemente están enojadas, tristes y muchas veces quieren venganza o que alguien sufra por lo que ellas pasaron. Y ese discurso puede reforzar la idea de que lo que necesitamos es más policía, o poner más gente en la cárcel. El encuadre que usa la prensa, entonces, limita la conversación a dos perspectivas que van naturalmente hacia respuestas punitivas. Y se excluyen otras perspectivas, más integrales y asociadas a las múltiples causas que explican la criminalidad, que pueden hacer ver que las soluciones para realmente bajar la criminalidad no son tan simples como el punitivismo propone.
-Ahondemos en cómo funciona la industria de los medios y cómo se construyen audiencias. ¿Te parece que el mensaje punitivo es empujado por la línea ideológica del medio?
-Diría que a veces ese es un factor. En mi investigación hablé con algunos periodistas que querían hacer las noticias de una manera diferente y me decían que a veces tenían oportunidades de ir a las poblaciones y hablar con la gente de sus experiencias con la violencia policial, por ejemplo. Pero esos momentos eran escasos pues la línea editorial de sus medios era apoyar a la policía, no cuestionarla. Los periodistas que son más críticos con la labor policial pueden sufrir consecuencias como por ejemplo que los dejen de invitar a las conferencias de prensa, o que les dejen de dar información y es difícil trabajar así. En Chile algunos periodistas me hablaron de “telefonazos” de la policía al editor del medio, reclamando que la cobertura de una noticia no había presentado bien a Carabineros, que había que respetarlos más. Entonces, hay veces en que los propietarios de medios están de acuerdo con el punitivismo como principal o única respuesta frente al crimen. Pero a veces están presentes dinámicas más complejas, como las que hemos mencionado, y que pueden hacer que no haya noticias que cuestionen la perspectiva de Carabineros. En Argentina es más complicado para las policías conseguir el apoyo total de los medios, pues no hay tanto “respeto” a la policía como en Chile. Hay más perspectivas políticas y eso permite, por ejemplo, poner como problema público la violencia policial.
– ¿Cómo se genera esa situación donde Carabineros puede exigir “respeto” para la cobertura de las noticas? ¿cuál es el origen de eso en Chile?
-Yo diría que la posición de Carabineros empezó a cambiar después del “Caso Degollados”, en 1985. Ese crimen dejó a Carabineros muy desprestigiado; incluso los mismos militares no querían tener relación con ellos. La policía estableció entonces un plan para cambiar su imagen. Y una parte central de ese plan fue contactarse con el entonces editor de un importante medio periodístico el cual los ayudó a construir un centro de comunicaciones eficaz. Año tras año fueron fortaleciendo ese centro, contratando mucha gente con experiencia y entrenando a personal de todos los rangos para que entendieran cómo funcionaban los medios, de qué temas hablarles y cómo hacerlo. Eso ocurrió durante el gobierno de Pinochet y por eso entraron en democracia listos para presentarse a sí mismos como actores clave. Tenían esa campaña de “Un amigo en tu camino” como parte de una estrategia comunicativa importante. En Argentina no ocurrió eso, la policía no hizo ese cambio de imagen, entonces les fue mucho más difícil resistirse a los cambios que se empujaron en el contexto democrático.
-Más allá de evitar reformas o de conseguir más recursos, ¿cómo se beneficia la policía de esta relación con la prensa? Por ejemplo, ¿les sirve para que las críticas por el aumento del crimen no se enfoquen en ellos sino en el gobierno?
-El trabajo mediático que hace Carabineros ayuda a su presupuesto, a la mantención de su poder, a su posibilidad de resistir las exigencias de rendición de cuentas cuando hacen algo que es ilegal o excesivo en el uso de la fuerza. Sobre la responsabilidad por la mantención de los niveles de crimen, recuerdo que en las entrevistas ellos estaban muy conscientes del aumento de crímenes y querían evitar que los medios de comunicación los culparan a ellos. Y como dije, ellos tenían un departamento de comunicaciones muy eficaz, muy grande. Eran como 60 personas cuando hice mi investigación en 2015 y estaban muy bien formados. Lo ciertos es que su equipo era mejor que el del Ministerio del Interior y que la fiscalía nacional o la Defensoría. Y ese equipo tenía una gran habilidad para cambiar la conversación y que el aumento de crímenes no fuera culpa de Carabineros sino del Gobierno. Evidentemente la responsabilidad de la policía en el aumento del crimen es una conversación que se debe tener. Pero es muy, muy difícil en el ambiente comunicacional actual. Para entender estos conflictos yo argumento que el Estado no es homogéneo. Tiene diferentes partes y no todas poseen el mismo poder para explicar sus razones al público. Por ejemplo, el equipo de comunicaciones de Gendarmería en ese tiempo eran 14 personas y carecía de capacidad de explicar que las cárceles necesitaban más dinero para la rehabilitación y para mejorar las condiciones de los penales. La PDI también tenía mucho menos equipo, cuatro personas en ese tiempo y no tenían la misma capacidad de mejorar su imagen que Carabineros. Me acuerdo de que, para revertir eso, Investigaciones usaba los reality de televisión sobre crímenes para enviar mensajes de que eran una institución confiable. Las policías son muy conscientes del impacto que estos mensajes tienen en el apoyo a la institución y en su presupuesto.
– ¿El tamaño del equipo de comunicaciones de Carabineros es inusual si se lo compara con otras policías?
-En los 80s, en muchos países – por ejemplo Canadá, Inglaterra, Nueva Zelanda y también en América Latina-, hubo un cambio de pensamiento sobre cómo la policía debía interactuar con los medios de comunicación. En lugar de reaccionar a las preguntas, empezaron a implementar centros de comunicaciones para ser proactivos en su conversación con la comunidad. Esa proceso se vincula y se refuerza con el hecho de que los medios empiezan a demandar más información, porque aparecen programas que emiten noticias durante 24 horas, se desarrolla la tecnología satelital, los canales por cable, etc. Todo eso genera una expansión del mercado de las noticias sobre crímenes. Entonces, las policías de muchos países, no solo Carabineros, aprovechan esto para manejar mejor su imagen y responder mejor a los periodistas. Lo que sí llama la atención en Carabineros es el tamaño de su departamento de comunicaciones. Comparado con el de la policía federal argentina, por ejemplo, el de Carabineros es más profesional, más grande y puede manejar mejor la información. Puede producir material de alta calidad. Por ejemplo, videos, audios, imágenes, o artículos ya escritos y hacerlo en una manera tan buena que a un medio le resulta más fácil tomar la información que produjo la policía que mandar a un periodista a hacer ese trabajo.
-Cuando se examina el poder de Carabineros, ¿cuánto de ese poder dirías que viene de esa industria comunicacional?
-Es una buena pregunta. Por supuesto buena parte del poder de Carabineros emana del ordenamiento legal. Su autonomía, por ejemplo, está en la Constitución. Sin embargo, su capacidad comunicacional es muy importante, pues hace más difícil empujar reformas estructurales que cambien las relaciones de poder que los benefician. Pero el asunto es más complejo, como lo muestra el caso de Argentina. Como he dicho, la policía de ese país no tiene tanta capacidad comunicacional y eso no solo se debe a su falta de recursos, sino también a razones políticas: muchos gobiernos quieren centralizar el control de la comunicación, entonces a veces la policía tiene prohibición de hablar. Pero eso no soluciona el problema del punitivismo porque, al final, cuando la gente ve más policías en las calles o conoce el trabajo policial, piensa que el gobierno está haciendo algo, está respondiendo a la demanda de seguridad. Entonces el gobierno se ve empujado a poner más policías en la calle porque eso permite que la gente “vea” acciones. En ese sentido, no estoy segura de que quitarle a la policía su herramienta comunicacional y entregársela al gobierno va a detener la dinámica punitiva o va a permitir hacer mejores políticas públicas. Hay una dinámica que hay que entender mejor para poder manejarla.
– ¿Cuándo entrevistaste a reporteros y editores notaste si tienen una idea del tipo de impacto que están produciendo en la ciudadanía o el tipo de audiencia ciudadana que están construyendo mediante estos mensajes de temor? ¿existe alguna idea del impacto que están produciendo en la vida social y en la vida política?
-Hablé con periodistas que creen que lo que están haciendo es muy bueno para la sociedad, que la gente tiene que saber que hay mucho crimen y su trabajo es informar. Pero también hablé con muchos que son conscientes de las consecuencias de poner siempre y casi únicamente la perspectiva de la policía. Hay algunos medios alternativos que explícitamente hacen sus reportajes sobre estos temas sin hacer entrevistas con policías porque no quieren ser dependientes de ellos. Esos medios suplen el vacío de fuentes policiales con voces que no ponen el acento en una respuesta policial punitiva. Por ejemplo, cuando había una protesta, no tomaban la perspectiva policial sino que hablaban con la gente que organizó la protesta y escribían sobre sus reclamos. En ese tema Argentina es muy interesante porque hubo un cambio. Hablé con un periodista que en los 90 hacía investigaciones sobre la violencia y la corrupción policial pero decía que a partir de la década del 2010 eso ya no se podía hacer, pues los episodios de violencia y corrupción policial no interesaban a los medios. También hablé con un editor que estaba muy desilusionado de que los medios difundieran el crimen sin una mirada crítica al punitivismo. Ese editor se había cambiado de medio y había dejado de trabajar en este tema. Entonces, sí, hay reacción de periodistas que saben que los medios no siempre representan lo que está pasando realmente y que no abordan las políticas públicas que -en su amplia gama- pueden realmente bajar el crimen y el abuso policial.
-Frente a los efectos de sus informaciones, los periodistas se parapetan en la idea de que solo son el mensajero. Has sido bastante clara para explicar por qué esa idea no es cierta. Ahora me gustaría que le hablaras a un periodista que quiere hacer una cobertura que no termine impulsando el punitivismo. ¿Cómo tendría que pensar en su trabajo? Has mencionado la necesidad de ampliar las fuentes, ¿qué otro aspecto es importante?
-Además de las fuentes y de la jerarquía que se le da a la noticia -y que hace que la gente piense que el crimen es lo más importante que está pasando-, diría que también hay que tener cuidado con las encuestas. Hay mucho uso, particularmente en Chile, de los sondeos para identificar cuáles son las instituciones a las que la gente le tiene más confianza, o para medir la inseguridad. El problema con estos estudios es, primero, el tipo de preguntas. Se pregunta sobre inseguridad y no, sobre la violencia policial u otros temas. Segundo, aunque la encuesta se presenta como un acto democrático, como un reflejo de lo que piensan las personas, mucha gente responde sin saber otra cosa que lo que han visto en los medios de comunicación. La gente que sabe más sobre este tema va a responder diferente, pero la gente que está siguiendo a los medios, van a tender a responder lo que aprendieron de los medios. Entonces lo que nos dicen las encuestas es, en gran medida, un aprendizaje circular.
Otra cosa importante es el cuidado que hay que tener con las relaciones públicas de las policías y de otras organizaciones que tienen muchos recursos y que empujan una perspectiva punitiva. Mi sugerencia para los periodistas es que hay que oír ese punto de vista, pero contrastarlo con otras fuentes. Yo he hecho muchos análisis de la cobertura mediática en Chile de casos de abusos policial y noté que las perspectivas de los académicos son muy pocos consideradas dentro de las noticias. Entonces, una cosa que los periodistas pueden hacer es incluir más voces académicas pues usualmente tienen ideas sobre cómo mejorar la situación criminal y bajar el abuso policial. Del otro lado, los académicos y otros actores que apoyan políticas no punitivas tienen el desafío enorme de aprender cómo comunicar esas perspectivas. Porque el punitivismo tiene una ventaja emocional muy grande y además una respuesta simple. ¿Qué tenemos que hacer para estar mejor?: poner más policía en la calle y más gente en la cárcel. Simple. Pero la respuesta que realmente baja la criminalidad y el abuso policial es más compleja de comunicar. Incluye la participación de muchos actores diferentes, toma tiempo. Hay que pensar bien cómo comunicar eso, cómo explicar de una manera simple las respuestas que sabemos que funcionan.
Por último, creo que es necesario promover reformas mediáticas que establezcan regulaciones para los medios y también subsidios para mejorar y apoyar más investigación que fiscalice. Es importante que haya más periodistas haciendo investigación y que sean capaces de dar voz a actores que generalmente no están incluidos. Eso puede ayudar también.
-¿Conoces países donde los medios funcionen de la manera que describes y no se vuelvan un problema para la promoción de buenas políticas públicas contra el delito?
-Voy a dar un ejemplo ilustrativo de cómo distintas estructuras de medios pueden cambiar la conversación sobre crímenes. El ejemplo está en el libro When Children Kill Children que compara cómo se comunicó en Inglaterra y en Noruega un mismo tipo de delito: el homicidio de un niño cometido por otros niños. En Inglaterra, el sistema de medios está basado en el mercado, por lo tanto compiten por los ingresos. En Noruega, tiene un lado de mercado, pero también un lado de subsidios y de apoyo a los periodistas para que puedan hacer investigaciones bien documentadas y tener más tiempo para conseguir más fuentes, es decir se ayuda financieramente a los medios para crear un clima donde se compite por la mejor investigación, en lugar de escribir más noticias, más rápido. Lo que ese libro explica es que la cubertura periodística en Inglaterra fue terrible: los medios se lanzaron sobre el caso para vender, generalizaron el problema, instalaron la idea de “niños malos que matan a otros niños”, y empujaron por una rebaja de la edad de responsabilidad penal. En ese ambiente pronto aparecieron muchos políticos punitivos a empujar en la misma dirección. En cambio, en Noruega, frente a un problema similar la respuesta no fue policial, sino que se enfocó en el trabajo de profesionales de sistema de salud que fueron la comunidad donde esto había ocurrido. Se trató como un problema específico, vinculado con la salud mental de las familias y la comunidad. La noticia tuvo una cobertura breve y se terminó. Lo que quiero remarcar es que la conversación social cambia mucho si se entiende el incidente no como un problema criminal sino como un problema de salud. Y poner el énfasis en una forma u otra, puede tener un impacto impresionante sobre el poder que tienen ideas punitivas. Ahora, esto es un ejemplo particular, no podría asegurar que funcionaría de la misma manera en otros países. Creo que hay que experimentar un poco y ver que funciona bien en cada país.
-¿Qué impacto tienen las redes sociales en este escenario? ¿facilitan políticas punitivas?
-Creo que aumenta la presión por la producción de noticias. Cuando la gente visita su web favorita quiere que haya nuevas noticias. Eso hace que las notas se renueven no una o dos veces por día, como antes, sino que estén renovándose las 24 horas. Entonces hay más necesidad de noticias sobre crímenes y eso hace que los medios sean más dependientes de la policía. Además, sabemos que lo que mejor funciona en las redes sociales es la emoción y los crímenes ayudan con eso. Y también funciona la posición moral y los crímenes te ofrecen siempre a un malo y a un bueno. La pregunta, entonces, es similar a la que hay que hacerse sobre los medios tradicionales. ¿Cómo regular? Muchos países están tratando de hacerlo. Hasta ahora Europa tiene las mejores políticas para hacer que los medios y las rr.ss., ayuden a la democracia y no aumenten la circulación de historias que son solamente emocionales y morales, y que polarizan la política o aumentan la desinformación. En Estados Unidos impulsar eso es más complejo, porque no tienen esa tradición regulatoria.
-La última pregunta es una invitación para mirar hacia adelante. ¿Cuáles son las preguntas para los próximos años en relación con el tema de punitivismo?
-Un desafío muy importante es cómo se puede reformar a los medios de comunicación para que apoyen a la democracia, haciendo que incluyan más perspectivas.
-Eso requiere un esfuerzo interdisciplinario, me imagino.
-Exacto. Hay mucha gente que trabaja sobre criminalidad, hay muy buenas ideas de cómo mejorar y bajar la criminalidad o el abuso policial, pero esas investigaciones no tocan el tema de cómo comunicar esas ideas. Hay que unir las diferentes perspectivas, entre la gente que trabaja sobre comunicaciones y los especialistas en el tema de crímenes.