Chile. Una sociedad enferma y enfermante

Teófilo Briceño. Centro de Estudios Francisco Bilbao.

Hace algunos días un carabinero de civil mato a un niño de 13 años que junto a otros jóvenes (se presume), intentó asaltar a una vecina en un paradero cerca del metro Las Rejas, en la comuna de Estación Central.

Una diputada oficialista reflexiono luego, a través de las redes sociales, respecto de esa precoz muerte. “Duele la indolencia generalizada, desde todos los sectores políticos y en la opinión pública. Ningún niño nace delincuente: cuando una persona de 13 años comete un delito, quienes fallamos fuimos todos, Estado y sociedad. Al hablar de seguridad, cuidar a las infancias es crucial”, sentenció, claramente desde una reflexión realizada en términos russonianos.

Jean-Jacques Rousseau fue un filósofo francés del siglo XVIII, cuyas ideas sobre la naturaleza humana y la sociedad han tenido una gran influencia en la historia de la filosofía y la política. En su obra El contrato social, Rousseau argumenta que la naturaleza humana es esencialmente buena, pero que la sociedad corrompe al individuo y lo hace egoísta y competitivo.

Ahora bien, las reacciones en las redes sociales sobre la opinión de la diputada fueron lamentables, tanto como la muerte del niño, pocos a favor y, en cambio, muchos en contra, justificando la muerte del “delincuente”. “Uno menos”, celebraron no pocos y eso que la parlamentaria, contradiciéndose a sí misma vota las leyes de seguridad ciudadana impuestas por la derecha.

¿Qué pasa entonces en la subjetividad de la mayoría de los que habitamos Chile?, ¿es normal sentir tanta alegría por la muerte de un joven, incluso por delincuente que pudiese haber sido?

Se ha instalado en nuestro largo, flaco y sufrido Chile un cruel “sentido común”, impuesto por los medios de comunicación y por la forma de vida inmersa en el modelo neoliberal que padecemos inconscientemente, sin darnos siquiera cuenta.

Ha sido creado por todo el aparato y forma de vida neoliberal durante decenas de años y ha logrado colocar en las subjetividades mayoritarias, en la consciencia colectiva, una forma de caracterizar al ser humano con algunas de las ideas que hace siglos propuso otro filósofo, Thomas Hobbes.

Según este autor, el hombre es intrínsecamente egoísta y busca su propio interés por encima de todo. Y en su obra «Leviatán«, describe al hombre como «el lobo del hombre«, enfatizando en la tendencia del ser humano a competir y luchar por el poder.

Hobbes sostenía que el estado natural del hombre era el de violencia y caos, y que, sin el Estado, los individuos estarían en constante guerra unos contra otros. La existencia del Estado, según él, es necesaria para evitar la anarquía y la autodestrucción de la sociedad.

Si bien el neoliberalismo que sufrimos los chilenos y chilenas es “ultraliberal” en la “forma de vida económica”, es decir, que rinde un verdadero culto a la ausencia del Estado en la vida económica del país, no lo es en la faz policial, donde los neoliberales criollos abogan por altas capacidades represivas para un Estado poderoso, omnipresente, claro está, para asegurar la gobernanza neoliberal.

El modelo neoliberal ha avanzado incluso en “tercerizar” aspectos del papel del Estado en el orden interno. Ha creado el negocio de la seguridad ciudadana, no sólo con las llamadas “empresas de seguridad”, también con el negocio de las cárceles, en la inteligencia represiva a través de las empresas de telecomunicaciones y muchos otros “aparatos” de defensa y seguridad ciudadana, incluyendo lo mediático. Estamos ya frente a la industria multidimensional de la “seguridad ciudadana”.

El “homus neoliberal chileno” existe, y va más allá del bot usado por los dueños del sistema en las redes sociales. Y si el modo producción y las relaciones sociales inherentes a él son neoliberales, mezcla de liberalismo a ultranza y la necesidad del Leviatan, resulta lógico también que buena parte de la población considere que ese chico de 13 años está “bien muerto”.

El «homus neoliberal chileno» no es capaz de sentirse responsable de los efectos sociales negativos de la forma de vida a la que adhiere (de manera impuesta). Está enajenado. No es capaz de ver la totalidad del problema al que nos enfrentamos. Una sociedad basada en el egoísmo extremo, sin «moral», donde los empresarios y la casta política son los principales delincuentes, una sociedad basada en una desigualdad extrema, donde no hay educación de calidad, donde la familia como principal centro educativo ya casi no existe, producirá «delincuencia» juvenil y popular. Estamos frente a efectos y no causas.  La represión y la muerte de los «efectos», aparte de inhumano, no solucionará el problema.

Se trata, lamentablemente, de una nueva religión que se presenta furtivamente y sin que nos percatemos, como no religión, que nos hace endurecer la mirada hacia nuestros propios hermanos, y bajarla en cambio, frente a los que nos oprimen.

Bien pensaba el marxismo que las determinantes históricas, sobre todo las relaciones sociales de producción construyen lo real concreto, pero esa “realidad” también está en lucha o en contradicción con otros “sentidos comunes”, que provienen de otras formas de ver la vida, y que, por ahora al menos, están subordinadas al hegemónico sentido común neoliberal.

El egoísmo extremo, el consumismo hedonista, la anulación de lo comunitario e incluso de lo social, ha dado un triste fruto y producido una sociedad enferma y enfermante. Así lo revela el alto grado de enfermedades mentales en el país.

Por ejemplo, que seamos a nivel infantil el país de América con más desequilibrios, o que a nivel juvenil seamos el segundo país del mundo con más suicidios. En síntesis, una sociedad llena de “anomias”. Somos el reino de los siquiatras y de los psicólogos.

Un país de violentos, presos de la estimulación que realiza el sistema de nuestras emociones y miedos, cultivadas además por el propio sistema y como parte de su dominación.

Sin lugar a duda, una sociedad a la que le importa poco o nada la “suerte” de sus viejos, de sus enfermos o de sus niños, es una sociedad canalla, donde pareciera no quedar humanidad.

Pero, así como los humanos hemos creado nuestros dioses en concordancia con las determinaciones históricas que nos toca vivir, podemos y debemos crear sociedades donde el centro de nuestras vidas sea vivir en comunidad y de manera solidaria, donde el amor al prójimo sea posible, derrotando al egoísmo extremo, pues somos seres sociales, parte de un todo que incluye a la madre tierra.

Solo una sociedad basada en lo comunitario, en la justicia social, en la educación de calidad y preocupación por nuestros niños, no importando el sector social al cual pertenezcan, una sociedad realmente humana, disminuirá la delincuencia y producirá un país seguro. Lo demás es humo y «populismo penal».

Para ello hay que caminar la revolución social que permita vivir de otra forma. Un buen vivir lo llaman algunos.

Mayo 2024.

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