Jorge Molina Araneda / Resumen Latinoamericano, 6 de febrero de 2023
Cabe destacar, que se encuentran con alerta roja por incendio forestal las regiones de Ñuble y Biobío, La Araucanía; y para las comunas de Cauquenes, Curepto, Longaví y Chanco, en la Región del Maule por incendio forestal.
Tras la compleja situación que se vive en las regiones del Maule, Biobío, Ñuble y La Araucanía, el Gobierno decretó Estado de Excepción Constitucional de Catástrofe tras los incendios forestales que no dan dado tregua y que ya han consumido casas y lamentablemente han acabado con la vida de un número no menor de personas.
El Servicio Nacional de Prevención y Respuesta a Desastres (Senapred) entregó un nuevo balance de los incendios forestales que se desarrollan principalmente en la zona centro-sur del país, y que mantienen a las regiones del Biobío, Ñuble y La Araucanía bajo decreto de estado de excepción de catástrofe.
Hasta las 10:20 horas de este sábado se registran 251 siniestros en el territorio nacional, de los cuales 80 están activos y 151 controlados.
Cabe destacar, que se encuentran con alerta roja por incendio forestal las regiones de Ñuble y Biobío, La Araucanía; y para las comunas de Cauquenes, Curepto, Longaví y Chanco, en la Región del Maule por incendio forestal.
Asimismo, informó que 16 personas han fallecido producto de los siniestros, a los que se suman 46 damnificados y 24 los lesionados. Por otro lado, existen 88 viviendas destruidas.
Además, 398 casas están afectadas «en evaluación» y actualmente son 1.429 las personas que se encuentran albergadas.
Según la ONG Global Forest Watch, en Chile la temporada alta de incendios generalmente comienza a mediados de diciembre y dura alrededor de 20 semanas. Actualmente, de acuerdo a datos de la CONAF, en el periodo 2022-2023 se han registrado 2.251 incendios forestales y se han visto afectadas 30.967 hectáreas. Entre 2017 y 2021, el país vivió grandes incendios que quemaron miles de hectáreas.
El cambio de condiciones que han sufrido los bosques chilenos ha sido el escenario más ideal para que proliferen los mega incendios forestales, desatando verdaderas emergencias como la que se vive en la zona centro-sur.
Repitiéndose el mismo panorama de los devastadores siniestros del año 2017, las zonas más próximas a los monocultivos que han instalado las empresas forestales, con especies de un grado de inflamación altísimo, han sido completamente arrasadas por el fuego.
Si hay algo que se ha repetido de manera constante durante los últimos días, es que el inicio de un incendio forestal es -en casi un 99%- generado por la acción del ser humano. Tal afirmación tiene asidero, pues según la literatura en este campo, es muy poco probable que el incendio (forestal) se genere por la caída de un rayo -cosa factible- pero la probabilística y condicionantes climatológicas hacen que estos eventos sean raros y pocos frecuentes.
A esto se suma el factor conocido como “30 – 30 – 30”, es decir, que confluyan 30° de temperatura (hacia arriba), 30% de humedad (o menos) y 30 kilómetros por hora (hacia arriba) de vientos.
Sin embargo, hay un factor preponderante en los incendios forestales del cual poco o nada se habla en los medios tradicionales ni en las declaraciones hechas por las autoridades: El monocultivo.
¿Qué es el Monocultivo?
Es la plantación en una amplia área de una sola especie arbórea de manera uniforme e industrial.
Fue durante la década de 1970 que Chile cambió dramáticamente su política forestal. Y es que el 15 de octubre de 1974, en plena dictadura cívico-militar, entró en vigencia el Decreto Ley 701. La iniciativa de la Junta Militar fue sellada entre el Ministerio de Agricultura y la CONAF, esta última -en ese entonces- encabezada por Julio Ponce Lerou. El objetivo, básicamente, era aumentar exponencialmente la masa forestal en el país para, de paso, abastecer y fortalecer a la industria forestal en Chile, de ese modo se otorgaban bonificaciones y subsidios además de exenciones tributarias.
Además -este decreto- estableció como obligatoriedad la reforestación de bosques explotados a lo que se agregó una cláusula -polémica- de inexpropiabilidad de predios. Si bien el Decreto en esencia supone subsidios a la pequeña, mediana y gran industria forestal, los hechos demuestran que las más beneficiadas por este cuerpo legal han sido 2 familias en Chile:
El grupo Matte, dueño de la CMPC conocida como “La Papelera” y el grupo Angelini. Ambos grupos, férreos opositores al gobierno de la UP -particularmente el grupo Matte- y activos defensores de lo que denominaban “gobierno militar”, al punto de haber prestado -comprobado en el caso de la CMPC- logística a los militares para detener y ejecutar a opositores del régimen.
Pino y Eucalipto
La industria forestal en Chile, promovida y amparada con toda la institucionalidad del Estado, potenció la reforestación de vastas zonas con dos especies muy beneficiosas para la industria, pero no para el ecosistema chileno: el pinus radiata (pino insigne) especie introducida desde California, EE.UU., y el eucaliptus (en sus distintas variedades y que fue introducida particularmente desde Australia).
Ambas especies crecen en muy poco tiempo lo que permite una rápida rentabilidad. Sin embargo sus inigualables condiciones productivas económicas, no lo son tanto en el ecosistema.
A estas especies también se han introducido, en menor medida la retamilla y el aromo.
Estas especies han generado un claro daño al ecosistema en cuanto a erosión, sequías (consumen mucha agua) y han predominado en relación a las especies nativas (quillay, bosque de peumo, boldo, robles, araucarias, etc.), las que han sucumbido frente a estas especies más rentables para el negocio y depredadoras del entorno.
En Chile, cerca del 80% del área total de plantación es pino insigne, lo que convierte a Chile, junto con Nueva Zelanda, en los mayores productores de esta especie en el área forestal (papeleras, celulosa y derivados).
Actualmente existen diversos estudios que alertan sobre la inflamabilidad y el peligro del uso extensivo de monocultivos cercanos a zonas urbanas. Al respecto, investigadores de la Universidad Austral (2016) han señalado que la alta inflamabilidad de eucaliptos y pinos, responde a que han evolucionado en países donde el fuego ha sido una perturbación natural durante miles de años. Estas especies suelen depender del fuego para la apertura de sus frutos y diseminación de sus semillas. Dada esta relación, la inflamabilidad resulta beneficiosa porque de paso se elimina la competencia con plantas vecinas. Las especies que poseen estas características son las llamadas “pirófitas”. Estudios realizados por el Centro de Ciencia del Clima y la Resiliencia (CR2) han demostrado que la probabilidad de que ocurra un incendio es altamente mayor en las plantaciones forestales de pino y eucalipto que en las áreas de bosque nativo.
Para mayor abundamiento, el pino insigne es altamente inflamable porque presenta resina con altas cantidades de trementina y de paso aumenta considerablemente la aridez del suelo (erosión) secando las napas freáticas. Esto contrasta completamente con el bosque nativo que es higrófilo (acumula más agua) y, por lo tanto, su transformación en plantaciones genera un cambio dramático en la inflamabilidad del paisaje.
Se instaló en la conciencia colectiva, a punta de propaganda y malas políticas publicas, que un bosque es un territorio verde lleno de árboles, sin importar de que especie sean. Claramente, un bosque es una biodiversidad de especies con un ecosistema vivo y en relación constante. Sin embargo, el monocultivo (pino o eucalipto), según los expertos, no es un bosque.
Un “Bosque de Pino o Eucalipto” tiene 1.600 árboles (de la misma especie) en una sola hectárea, sin permitir la sobrevivencia de otras especies. Este es un paisaje cada vez más frecuente en el centro sur del país, “bosques” de pino o eucaliptos que han sido insertados en el ecosistema solo con un fin económico-comercial sin tomar en cuenta el costo medioambiental y social.
Fue la campaña “Bosques para Chile” la que legitimó ante la opinión pública la reforestación de amplias extensiones de territorios con estas especies. Cabe decir que la campaña perteneció a las grandes empresas forestales presentes en Chile y agrupadas en la CORMA. Esta deformación institucional hizo que en las últimas décadas en Chile, tras un incendio forestal, se reforestaba la zona que había sido afectada con monocultivos. Este círculo vicioso fue amparado por la legislación vigente (DL 701), la presión de la industria forestal y la falta de fiscalización.
Sergio Donoso, ingeniero forestal, señala con claridad que uno de los elementos facilitadores para la propagación de incendios es el exceso de plantación de árboles exóticos, como pino y eucalipto:
“Son un elemento facilitador, cuando uno tiene una gran cantidad de combustible y es muy homogéneo, por supuesto que una vez que se inicia el incendio, el control de estos se vuelve mucho más complejo, costoso, difícil y adicionalmente este tipo de plantaciones de pino y eucaliptus, de especies de rápido crecimiento conllevan un alto consumo de agua, dadas las tasas de crecimiento que tienen estas especies. Por lo tanto, el nivel de sequedad y de falta de agua que se presenta en esos ambientes es mucho más intenso por lo que facilita el proceso de propagación de estos incendios, en ese sentido claramente no son elementos que permitan mitigar, sino que en muchos casos facilitan la propagación”.
En el documental “Plantar Pobreza” (realizado por el periódico Resumen) que investigó en profundidad el negocio forestal en Chile, se aborda el tema de la causalidad de las especies (pino y eucalipto) que usa la industria forestal en el país y su rol como factor detonante en los mega incendios forestales, lo que a juicio, además, de los brigadistas de la CONAF, dificultan el control de este tipo de siniestros.
Las plantaciones de pino y eucalipto, en sí mismas, no originan un incendio forestal, pero ciertamente su presencia genera las condiciones ideales para que un pequeño incendio forestal se convierta en un incontrolable mega incendio.
Estudios sobre el efecto que generan las plantaciones de pino y eucalipto sobre el recurso agua existen, y su afectación al vital recurso hídrico es dramático, pero además, altamente peligroso.
Las voces en contra del monocultivo no solo se han planteado en Chile. En España y Brasil, por ejemplo, el tema ha tomado gran relevancia, incluso en algunas regiones de dichos países se ha prohibido la plantación de especies como las anteriormente señaladas. El tema es de larga data, ya a fines de la década de 1980, la FAO planteaba su preocupación por especies como el eucalipto y su repercusión en los ecosistemas en donde había sido introducido.
Llama la atención, asimismo, que cada vez que ocurre un mega incendio forestal, ningún comunicado de las empresas forestales haga mención a los millonarios seguros que las tienen cubiertas, no así a las viviendas quemadas de los vecinos. Las forestales tienen la obligación de transparentar sus seguros y despejar toda duda que exista al respecto.
Por tanto, el principal problema detrás de los actuales incendios, no es solo quién los inició, sino por qué persisten y se propagan tan fácilmente. Esto evidencia la vulnerabilidad cotidiana en que vivimos, sitiados por monocultivos altamente inflamables. Además, estas plantaciones están directamente ligadas a la escasez de agua y la producción de suelos extremadamente secos en verano, lo cual es agravado por las altas temperaturas de los últimos años. Por otra parte, el bosque nativo, que presenta algunas formaciones vegetales con características ignífugas (resistentes al fuego), se encuentra prácticamente reducido a pequeños remanentes dispersos por el territorio, y con su superficie en constante retroceso.
La memoria colectiva mapuche recuerda como abundantes y sagrados los húmedos bosques del sur de nuestro continente. Estas formaciones boscosas fueron también descritas por los primeros españoles en llegar a la zona como espesas e impenetrables selvas. Los bosques nativos representaban para el pueblo mapuche fuente de sustancias medicinales, alimentos y madera para la fabricación de construcciones, embarcaciones y herramientas, lo cual se tradujo en una equilibrada relación de uso y respeto. Esto culminó con los primeros combates contra los españoles, quienes quemaron grandes superficies de bosques y sembrados para eliminar el refugio y sustento de los mapuche.
La idea de bosque hace referencia a los ecosistemas donde la vegetación predominante está compuesta por una gran heterogeneidad de árboles y arbustos. Estas plantas crecen al ritmo que la disponibilidad de agua y nutrientes en el ambiente permiten, siendo ellas a su vez sustento ambiental para múltiples organismos, con los que finalmente forman ecosistemas repletos de vida. El proceso que genera estas asociaciones boscosas consiste en un fenómeno denominado sucesión ecológica: transición desde zonas abiertas generadas por diversos eventos (incendios, erupciones volcánicas, etc.), pasando por varios estados intermedios hasta la etapa de bosque maduro, transición que dura cientos de años. Esta idea es contraria a la de plantación, en la que el manejo humano mantiene un ecosistema inestable, explotando la tierra de forma insostenible a partir de plantaciones que rotan cada 10 a 15 años -rotaciones cortas- antes de ser cortadas por tala rasa. Un ejemplo de esta diferencia es el denso y biodiverso sotobosque (plantas que crecen cerca del suelo) de los bosques y el yermo y casi inexistente sotobosque en las plantaciones de pino o eucalipto, donde las pocas plantas que logran crecer son eliminadas por tóxicos pesticidas como el glifosato, generando verdaderos desiertos verdes.
A pesar del desolador panorama, hoy en día existen diversas iniciativas para la recuperación del bosque nativo. Entre ellas se proponen sistemas de producción alternativos al monocultivo de pino o eucalipto, como las plantaciones multiespecíficas de árboles nativos; utilizando, por ejemplo, el coigüe para la producción de madera; el avellano para la obtención de avellanas y el ulmo como fuente de la deliciosa miel de ulmo. También existen agrupaciones recolectoras de productos no maderables del bosque nativo, quienes se dedican a la recolección de dihueñes, changles, nalcas, murtilla y maqui, entre otros. Además, destaca el turismo como herramienta para poner en valor la observación y comprensión del patrimonio natural, más allá de la extracción de recursos del mismo. Este tipo de iniciativas benefician directamente a las comunidades donde se emplazan, generando una mejora sustancial en la calidad de vida de sus miembros. Para los propietarios de pequeñas o medianas plantaciones, surge entonces la pregunta: ¿Por qué no cambiar los cortoplacistas monocultivos inflamables por un manejo sostenible a largo plazo de bosque nativo, de igual o mayor capacidad productiva?
Un estudio realizado por los investigadores Adison Altamirano y Alejandro Miranda (2018), ambos del Laboratorio de Ecología del Paisaje del Departamento de Ciencias Forestales de la Universidad de la Frontera, determinó que un 19% del bosque nativo chileno se ha perdido en los últimos 40 años.
Ese 19% perdido equivale a 782.120 hectáreas de especies nativas, transformadas principalmente en matorrales y arbustos –cerca del 45 %–, plantaciones forestales y terrenos agrícolas. Los espacios de mayor riqueza de especies, arroja la investigación, fueron convertidos en monocultivos exóticos de pino y eucalipto.
Uno de los factores que ha determinado la transformación del incendio forestal en una tragedia humana ha sido la ausencia de los cortafuegos. Localidades enteras como Santa Olga, ubicada cerca de Constitución en la VII región del Maule, fueron consumidas hace algunos años en pocas horas debido a la cercanía de las llamas. Más de mil casas quedaron hechas ceniza y escombros.
Una crítica similar es la que sostiene la bióloga y doctora en Zoología de la Universidad de Liverpool, María Isabel Manzur: “Con el DL 701 se permitió a las forestales poner sus plantaciones en todas partes. No existe una planificación ni un ordenamiento territorial que permita establecer dónde va a estar el bosque nativo, las plantaciones, los cursos de agua, las casas de la gente”.
Parte de las malas prácticas que existen en la industria forestal es plantar cerca de ríos, vertientes y quebradas. Estas zonas deberían ser áreas de protección donde no se realicen intervenciones de este tipo, que finalmente es uno más de los excesos de las forestales.
El actual modelo forestal no se condice con los desafíos que existen en materia de prevención, planificación y fiscalización de área, considerando el escenario de cambio climático y todo lo que ese fenómeno planetario implica.
Para el ingeniero René Reyes existe una gran traba que impide solucionar el problema de manera sistémica: “La Constitución de 1980 le garantiza al propietario del predio su derecho a propiedad por sobre la función social de la misma”.
En otras palabras, los dueños de un terreno pueden explotarlo libremente a pesar de las consecuencias comunitarias, sociales y ambientales que puedan tener. Es lo que ha sucedido con los poblados quemados por estar cercados con pino y eucalipto, sin regulación.
Solo recordar que durante la temporada 2016-2017 se registraron 3.091 incendios forestales en el país, 6% más que en el período anterior. Pero yendo al registro histórico que posee la CONAF, entre 1964 y 2016 se registraron 229.428 incendios, lo que significó una pérdida de 2.564.651 hectáreas de bosques, matorrales, pastizales y diversas plantaciones.
Hoy Chile arde, pero no arde por casualidad.
FUENTE: El Ciudadano
Incendios y monocultivos forestales: abrir y cambiar el foco del debate
por Juana Palma y Andres Meza
En este contexto, hacemos un llamado a las y los colegas forestales a informar sin sesgos, a salir de la burbuja binaria para hacernos cargo de las deficiencias pasadas y promover un nuevo paradigma para un desarrollo forestal sustentable que privilegie el cuidado de nuestro planeta y la salud de la Naturaleza. Los bosques nativos, la diversidad biológica, las personas y sus comunidades son componentes fundamentales en la planificación y gestión de los territorios.
¿Qué relación existe entre el negocio de la madera, nuestro modelo de desarrollo y los dramáticos incendios en el sur del país? Responden dos ingenieros forestales.
Al momento de escribir esta columna de opinión, miles de hectáreas de plantaciones forestales y bosques nativos se queman una vez más en nuestro país, amenazando ciudades, familias y personas. Muchos brigadistas y combatientes arriesgan su vida —algunos, como Yesenia Muñoz, voluntaria de Bomberos, desgraciadamente la pierden— en incendios forestales que en gran parte podrían evitarse si la planificación y ordenación de nuestro territorio se hiciera considerando la diversidad de ecosistemas, fortaleciendo la regulación de la gestión y utilización de los recursos naturales, y haciendo efectivas las medidas y resguardos preventivos.
En columna para este mismo medio [ver «Monocultivos forestales y metas medioambientales», en CIPER-Opinión 19.01.2023], el académico de la Universidad Austral de Chile, Antonio Lara, se refiere a que la recientemente promulgada Ley Marco de Cambio Climático señala que sus «lineamientos no incentivarán la plantación de monocultivos forestales». Según Lara, se trata de una «medida de resguardo» y una «decisión estratégica que se justifica plenamente en la evidencia científica», debido a que «las plantaciones forestales serían emisoras netas de CO2 y altamente inflamables».
La columna del profesor Lara tuvo una respuesta de parte de un académico de la Universidad de Chile y Director Ejecutivo del Colegio de Ingenieros Forestales [ver CIPER-Opinión 31.01.2023]. Julio Torres Cuadros considera que los monocultivos forestales son un «elemento fundamental para transitar hacia una economía verde, por su capacidad de captura de carbono», y necesarios para «abastecer las necesidades de consumo de madera [y] cumplir con las metas de plantaciones» comprometidas. Su columna considera que «los incendios forestales son provocados en su gran mayoría por la actividad humana».
En opinión de la Agrupación de Ingenieros Forestales por el Bosque Nativo (AIFBN), esta interesante contraposición de ideas entre ambos académicos, ambos ingenieros forestales, resulta incompleta, pues no aborda el fondo del problema y por tanto no aporta todos los elementos para aclarar la opinión pública. En la siguiente columna exponemos aquellos antecedentes faltantes que, estimamos, permiten hacerse una opinión más fundamentada sobre la tragedia forestal y humana que vivimos estos días en el sur del país. Nuestra postura se encuentra también en un documento más amplio de referencia sobre nuevo modelo forestal para Chile que puede revisarse en línea.
El análisis de Antonio Lara no se refiere a la diversidad de monocultivos forestales que es posible; como, por ejemplo, aquellos que pudieran utilizar especies nativas y que son necesarios para la producción de bienes madereros para el consumo humano actual y futuro. Tampoco aborda, ni de lejos, la responsabilidad pública y privada en la gestión de los monocultivos ni de los territorios donde se emplazan. Las conclusiones sobre el impacto de los monocultivos forestales podría ser totalmente distinta si existiera la capacidad de fomentar y regular la gestión integral de territorios y sus recursos bajo un prisma de manejo sustentable de los recursos madereros o no madereros, respetando al mismo tiempo las necesidades básicas de la población local, conservando la diversidad biológica, los bosques nativos, los suelos, las aguas, y recuperando aquellos sitios o ecosistemas afectados por la degradación, en escalas espaciales y temporales adaptadas a las características de cada territorio.
La columna de Julio Torres, por su parte, omite referirse a los impactos de la industria forestal, y en especial al uso de la tala rasa como método de cosecha de las plantaciones forestales, en grandes extensiones con muy poca o nula regulación en varias regiones del país. El análisis pudo haber considerado además que con nuevos enfoques de fomento productivo e innovación, la madera obtenida como materia prima de las plantaciones forestales podría destinarse a un uso más duradero que permita garantizar el almacenamiento de carbono en el tiempo. Asimismo, no se cuestiona el excesivo criterio de rentabilidad que predomina en el manejo de las plantaciones, que genera como consecuencia las externalidades negativas sobre la población aledaña, y la contaminación de los suelos y aguas por el uso de agrotóxicos. Otro elemento que es necesario incorporar con urgencia en estos análisis y que adquiere especial relevancia por estos días es cómo se gestiona por parte de la industria forestal el riesgo de los incendios forestales, dado que, si bien es efectivo que los incendios forestales son en su mayoría provocados por las personas, también es cierto que existe una escasa o nula implementación de medidas efectivas y generación de capacidades para prevenir, enfrentar y gestionar tal amenaza en los territorios mismos.
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Aunque como agrupación compartimos algunos de los argumentos expresados por ambos académicos en las columnas para CIPER ya citadas, creemos que no solo es necesario si no que es urgente replantear esta discusión en un contexto más amplio, y más realista tal vez, haciéndonos cargo de las enormes deficiencias del modelo de desarrollo que hemos seguido hasta la actualidad. No se trata de enfrentarnos en una posición binaria que nos ponga de manera absurda a favor o en contra de los monocultivos, de los eucaliptos o de los pinos, y ocultando el verdadero rol de «el factor humano» en las decisiones de lo que hacemos con ellos.
En definitiva, los monocultivos forestales son, en términos simples, plantaciones (hechas por el ser humano) de árboles de una misma especie. Así, puede haber plantaciones de especies introducidas al país, como los pinos o los eucaliptos o de especies propias o nativas (incluso endémicas) como los coihues, robles, alerces, cipreses, araucarias, tamarugos etc. En general, tienen un objetivo bien definido, asociado principalmente a razones económicas —como por ejemplo la producción de un bien de consumo humano como la madera— o ambientales (como la restauración o la captura de carbono).
Otra cosa fundamental es cómo concebimos la gestión de esta actividad humana y abordamos sus impactos según la magnitud de las plantaciones en el tiempo, el espacio y las características de cada territorio. Particularmente, las actividades para utilizar el recurso asociado a la plantación o monocultivo (cosecha) también pueden tener impactos negativos significativos y adicionales a su establecimiento (la plantación misma).
Por lo general, las grandes extensiones de plantaciones homogéneas están asociadas a mayores riesgos e impactos ambientales y sociales (por ejemplo, por el volumen de «material combustible» expuesto a los incendios forestales, pero también por su extensión, que las hace más susceptibles al daño de las plagas y enfermedades). También se asocian a la pérdida de la diversidad biológica, ecosistemas y bosques nativos, daños en los suelos y efectos negativos en la disponibilidad de agua, cuya principal secuela impacta directamente a las comunidades locales que habitan esos territorios.
El consumo de bienes producidos por plantaciones como las de la madera, papel y leña son y seguirán siendo una necesidad para las comunidades humanas. En esto, las plantaciones forestales tienen un rol insustituible y, por tanto, como sociedad tenemos que ser capaces de avanzar hacia un nuevo modelo de desarrollo forestal que impulse y regule el manejo sustentable de bosques, plantaciones y otras actividades productivas (agroindustria, minería, proyectos inmobiliarios, etc.) en una matriz territorial que dé cabida y protección a todos los componentes ecológicos, sociales y culturales que les son propios.
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Quienes desde el mundo público y privado toman decisiones sobre «el sector forestal» chileno han ignorado hasta la actualidad las orientaciones y recomendaciones técnicas y científicas para avanzar hacia un manejo sustentable de las plantaciones y los territorios donde éstas se emplazan. Las consecuencias están una vez más a la vista en estos días, cuando miles de hectáreas se están quemando y afectando a un importante número de personas, familias y comunidades que se ven confrontadas y amenazadas por los incendios forestales.
En este contexto, hacemos un llamado a las y los colegas forestales a informar sin sesgos, a salir de la burbuja binaria para hacernos cargo de las deficiencias pasadas y promover un nuevo paradigma para un desarrollo forestal sustentable que privilegie el cuidado de nuestro planeta y la salud de la Naturaleza. Los bosques nativos, la diversidad biológica, las personas y sus comunidades son componentes fundamentales en la planificación y gestión de los territorios. Nuestra invitación a la sociedad es también a informarse con disposición abierta, a buscar diversas fuentes de información para entender la complejidad de la Naturaleza, sus ecosistemas y sobre todo a asumir responsablemente, en el ámbito que a cada uno corresponda, un rol activo en las decisiones que encaminan el desarrollo forestal en nuestro país.
FUENTE:CIPER Chile